HERMENÉUTICA MUSICAL
Hay quien afirma que
el análisis musical está en crisis. Sin embargo, aparentemente experimenta un
auge sin precedentes:
No hay más que
comprobar el gran número de revistas especializadas dedicadas al tema, a las
que habría que añadir las centradas en otros aspectos, pero con un espacio
importante dedicado al trabajo analítico, la abundante bibliografía,
incrementada cada año, los congresos, simposios, encuentros...
Pero a nadie se le
oculta que en toda esta exuberancia hay un elemento de alarma: la gran cantidad
de escritos acerca del análisis, planteando y replanteando su estatus, límites,
objetivos... Esto es un indicio de que lo que está en crisis, más que la
práctica analítica, es la propia concepción del análisis.
Estas líneas
contribuirán a engrosar ese gran apartado de la metateoría, de un modo quizá
poco práctico, pero necesario como reflexión que debe acompañar el trabajo de
investigación y enseñanza musicológica que tenemos entre manos.
CUESTIONES
CONCEPTUALES
El análisis musical
es una disciplina relativamente reciente
que ha experimentado una gran evolución en el siglo XX, acompañada de
una enorme proliferación de teorías, métodos, técnicas, en algunos casos
complementarias, en otros contrapuestas o simplemente diferentes, que han
llegado quizá a difuminar su concepto y/o su contenido.
Ian Bent definía hace
poco más de veinte años el análisis musical como "la resolución de una
estructura musical en elementos constitutivos relativamente más sencillos, y la
búsqueda de las funciones de estos elementos en el interior de esa estructura.
En este proceso, la "estructura" puede ser una parte de una obra, una
obra entera, un grupo o incluso un repertorio de obras, procedentes de una
tradición escrita u oral" (Bent 1980: 340).
En esta definición
puede sorprender hoy el establecimiento de la "estructura
musical" como objeto del análisis,
ya que remite a una concepción estructuralista hoy en parte superada. Sin
embargo, a pesar de las asociaciones que la palabra "estructura" puede
evocar en nuestra mente, Bent se esfuerza por ampliar ese concepto.
En concreto, al
establecer como actividad central del análisis la comparación, método que
permite determinar los elementos estructurales y descubrir sus funciones,
afirma que se trata de un rasgo común a todos los tipos de análisis musical
-estilístico, formal, funcional, derivado de la teoría de la recepción,
schenkeriano, semiológico, etc.: una unidad concreta es comparada con otra
unidad, ya sea una obra concreta, la comparación entre dos obras, o entre una
obra dada y un "modelo" abstracto como la forma sonata o un estilo
identificado como tal.
A pesar de todo, esta
definición nos resulta hoy insuficiente o parcial, puesto que remite a un
concepto de análisis concebido como "disección" y determinación de
los elementos de un todo, así como sus relaciones y funciones, es decir, es una
concepción vinculada a los procedimientos empíricos y formalizados propios de
las ciencias.
El empleo del término "unidad" es en
mi opinión una consecuencia de esa concepción. De hecho, para Bent el proyecto
inicial del análisis es de naturaleza empírica. Su punto de partida es
fenomenológico, ya que no busca necesariamente establecer relaciones con
factores externos. Responde a la pregunta "¿Cómo funciona esto?".
Anthony Pople, al
abordar esta definición en su revisión del artículo "Analysis" del
propio Bent en la última edición del New Grove Dictionary, afirma que la
pregunta inicial "¿Qué es esto?" o "¿Cómo funciona esto?"
anticipa otras: "¿Qué significa esto?", "¿Qué es esto para mí?
(o para ti, o para nosotros). De este modo se abre el concepto de obra musical
a las dimensiones semántica, psicológica y perceptiva, y el objeto del análisis
pasa de ser algo estático a convertirse en algo cambiante y fluido (Pople 2001:
18-19).
El propio Bent
reconocía que la música presenta un problema, inherente a la misma naturaleza
de su materia: no es un objeto tangible y medible. Es necesario determinar el
mismo sujeto del análisis musical: la partitura, o al menos la representación
sonora que ésta proyecta; la representación sonora existente en el espíritu del
compositor en el momento de la composición; una interpretación; o incluso el
desarrollo temporal de la experiencia de un oyente. No existe ninguna convención
entre analistas según la cual uno de estos sujetos sería más
"correcto" que los otros.
A esta pluralidad de
sujetos del análisis señalada por Bent habría que añadir hoy alguno más, como
el significado externo de una obra musical o su contexto, cultivados por
diversas orientaciones de la semiótica, la musicología cognitiva o la
hermenéutica.
DIVERSIDAD DEL
OBJETO DEL ANALISIS MUSICAL: DEL "TEXTO" AL "CONTEXTO"
Si consideramos el
trabajo analítico desde una perspectiva amplia (el examen, comprensión,
explicación y/o interpretación de una realidad determinada, en este caso la
música), el principal problema que encontramos es la indeterminación de su
propio objeto: la "música" o la "obra musical", concepto
problemático, ambiguo y hoy en entredicho. La multiplicidad de puntos de vista
respecto a este concepto provoca una multiplicidad de planteamientos
analíticos. Algunos de ellos podrían ser los siguientes:
Una obra musical
puede ser concebida como algo autónomo, como "artefacto" o
"texto", habitualmente fijado en la partitura (por el compositor o
por un transcriptor, en el caso de la música de tradición oral). Esta es la
concepción de algunos planteamientos formalistas y estructuralistas. El trabajo
analítico que deriva de esta concepción es la determinación y explicación de
los elementos formales y estructurales que componen esa obra, sus combinaciones
y funciones.
Los procedimientos habituales empleados son de
tipo empírico y sistemático, como la segmentación, recuento de elementos
recurrentes y variantes, reducción, combinación... Aquí encuadraríamos los
diversos tipos de análisis formal y funcional, el schenkeriano, la set-theory o
teoría de conjuntos aplicada al análisis musical, el análisis paradigmático y
otros tipos de análisis semiológico, así como de análisis del estilo musical.
El
"significado" de la obra derivaría de la coherencia interna de sus
componentes, y el trabajo analítico consistiría en desvelar esa coherencia.
Esta concepción ha sido predominante en el siglo XX y todavía hoy continúa
teniendo mucha fuerza.
La obra musical puede
ser concebida, por el contrario, como algo cambiante, que se va construyendo en
el proceso mismo de su existencia temporal, no únicamente en la performance que
materializa la obra, sino también en su devenir a lo largo del tiempo.
La obra no es, desde
esta perspectiva (o no es únicamente) "artefacto" o
"texto", sino "proceso" y "ente histórico". El
análisis se abre a los aspectos cambiantes de la obra musical: interpretación,
recepción y entorno contextual.
En esta línea se
encuadrarían la teoría y análisis de la recepción, así como el análisis
practicado por otras corrientes de tipo hermenéutico -como la new musicology- o
los diversos análisis de la interpretación. El significado de la obra derivaría
de la materialización histórica de su devenir, que la "construye" de
alguna manera.
Mientras esté viva a
través de la interpretación y la recepción no está totalmente completa, y el
trabajo analítico consistiría en desvelar su significado, que es una suma de
los significados sucesivos de su devenir, o simplemente una "práctica
cultural".
La obra musical puede
ser también contemplada como algo que existe a través de la percepción, cuyo
significado por lo tanto reside, más que en la obra misma (que no existe si no
"suena") en el modo como es percibida: a través, por tanto, de los
mecanismos psicológicos de la percepción o escucha, que son el objeto del
análisis. En esta línea estarían los análisis encuadrados en los estudios
cognitivos o el análisis fenomenológico.
Estas concepciones,
sin embargo, no son excluyentes sino complementarias. Aunque sigan aplicándose
hoy día métodos analíticos rigurosos y formalizados, como el análisis
schenkeriano y neo-schenkeriano o los análisis formalistas (desde el tradicional
a los estructurales, la set-theory, etc.), nadie puede prescindir ya de otros
aspectos inherentes a la obra musical. De hecho, abundan hoy los métodos de
análisis o las prácticas analíticas que intentan abordar el estudio de la
música desde diversas perspectivas complementarias.
En líneas generales, se podría decir que -al
menos desde un punto de vista teórico- existe un rechazo bastante generalizado
hacia la concepción "positivista" de la obra musical como algo
autónomo y cerrado, tendiendo a considerar la música como "proceso".
En concreto, los años
ochenta y noventa del siglo XX se han caracterizado en líneas generales por un
rechazo del "dogmatismo" y formalismo propios de la etapa
estructuralista, buscando una apertura a través de las teorías psicológicas, la
semántica, la hermenéutica, la teoría de la recepción, las corrientes que ponen
el acento en la percepción o la interpretación.
Es significativa, en este sentido, la
interpretación realizada por John Rink de la historia del análisis de las
Baladas de Chopin, aplicando el sistema hegeliano:
Los dos últimos
decenios han visto surgir una tercera fase en la concepción analítica de las
Ballades, que llega tras los estudios subjetivos de finales del siglo XIX y los
ostensiblemente más objetivos y estructuralistas de este siglo. En efecto, los
análisis recientes constituyen una síntesis dialéctica de las épocas
precedentes, en la que la emoción y la significación no son definidas
únicamente según un contenido poético o según una lógica musical que se
considera innata y autónoma, sino según una hermenéutica relativamente
rigurosa, cuyas bases teóricas alían el fenómeno musical a efectos expresivos
particulares (Rink 1992: 65-66).
También Nattiez
afirmaba en 1986, refiriéndose a la semiología musical, que en su evolución
había seguido el movimiento general de las ciencias humanas: en un principio
preocupada por las estructuras, después las sobrepasa por el lado poiético y
esthésico, así como la lingüística ha evolucionado de la fonología a la
semántica para caer en el pragmatismo; y de la misma manera que han fracasado
las exigencias formalistas puras y duras -J.P. Aron habla de "era de la
glaciación" (1984)-, se va hacia un nuevo equilibrio entre lo formal y la
hermenéutica (Nattiez 1986). El propio Nattiez, en una obra más reciente,
rechaza la idea de un único análisis verdadero (1990).
En la misma línea,
numerosos trabajos analíticos utilizan métodos y procedimientos diversificados
para abordar el estudio de una obra o un corpus musical con vistas a
comprenderlos desde distintos ángulos, con la certeza de que "cada
interpretación ilumina un aspecto particular [...] pero ninguno tiene el
monopolio de la verdad" (Cook 1987). Así, Kofi Agawu aborda el estudio de
la música del Clasicismo desde una perspectiva semiológica neoestructural
uniendo teoría, análisis formal y schenkeriano, el concepto semiótico de
tópico, el análisis estilístico de Rosen, sin olvidar el aspecto de la
percepción, que no es estática, ya que "así como la tarea central del
compositor es llegar a su audiencia, el problema central del análisis es
descubrir las dimensiones de este proceso comunicativo" (Agawu 1991).
Lawrence Ferrara, por
su parte, va más allá elaborando un programa de análisis ecléctico 6 en el que
utiliza los métodos que él denomina fenomenológicos (que describen el
sonido-en-el-tiempo), convencionales (que describen la forma musical o
sintaxis) y hermenéuticos (que describen los significados referenciales). Su
finalidad es "comprender mejor la interacción dinámica entre los variados
niveles de significación musical y proponer un sistema a través del cual se
puedan explicar sistemáticamente esos niveles individualmente y en su
interacción con cada uno de los otros", ya que cada una de esas aproximaciones
analíticas pone el acento en una dimensión aislada de la significación musical
a expensas de las demás (Ferrara 1991).
Una de las últimas
consecuencias de la extensión y diversificación del objeto del análisis musical
es el creciente interés por el contexto, pero no en tanto algo presente en la
obra como condición de su existencia, sino como lo que explica o constituye la
propia música. Jim Samson ha afirmado, en este sentido, que el análisis
"puede enfrentarse con el contexto, absorberlo o ser absorbido por
él" (Samson 1999: 50-51). La vuelta de tuerca en este ejercicio
epistemológico es la equiparación de la práctica analítica con sus resultados:
el análisis como interpretación, como una más de las formas de la práctica
musical que se dan en la sociedad actual .
La raíz de algunas de
estas concepciones puede estar, como ha señalado Gianfranco Vinay, en la
disolución de la objetividad de la obra y de la subjetividad de su autor en la
performance, que es uno de los principios centrales del postmodernismo artístico
y musical. La interpretación tiene una función actualizante, remodernizadora y
necesaria, porque "la música es sonido y existe en el momento en que
suena; y en ese momento no puede existir a menos que se interprete".
Este principio,
absolutizado, intenta restar valor a la construcción sonora y a la dimensión
propiamente compositiva de la "música culta", que se convierte en un
simple soporte para la interpretación, sobre el modelo de los géneros límites
entre escritura y oralidad. El texto sirve justamente para ser deconstruido,
para desposeer al autor a favor del intérprete (Vinay 2001).
Deberíamos
preguntarnos, ante tal diversidad de concepciones, dónde queda el estatus del
análisis musical
EL PROBLEMÁTICO ESTATUS DEL ANALICES MUSICAL
Si Schenker
consideraba el análisis musical como un arte y los analistas de mediados del
siglo XX como una ciencia, actualmente el problema consiste en definir sus
objetivos.
En el siglo XX -que
podría ser considerado como el siglo del análisis musical-, el análisis cambia
de estatus: pasa de ser considerado una herramienta al servicio de la teoría,
la composición o la biografía, al rango de disciplina autónoma, de la mano de
varias grandes teorías. El organicismo y formalismo decimonónicos, unidos a la
gestalt-psicología, conducen en la primera mitad del siglo XX a la búsqueda de
la unidad y la coherencia, a través de teorías analíticas centradas en el
tematismo (evolución de las teorías fraseológicas melódico-rítmicas), de la
mano de autores como Schoenberg o Réti, o de la armonía, cuya propuesta más
radical corresponde a Schenker.
A partir de los años
cincuenta emerge con fuerza el estructuralismo, que conduce a teorías rigurosas
muy formalizadas aplicadas al análisis musical, como la semiología estructural
9, las gramáticas generativas, la teoría matemática de los conjuntos, la
estadística o la informática. Según Jean Molino, el verdadero hito en la
historia del análisis musical se sitúa precisamente a mediados del siglo XX,
momento en el que algunas nuevas condiciones conducen al "triunfo del
análisis" (Molino 1995: 37). Algunas de estas condiciones son las
siguientes:
La multiplicación de
instituciones y especialistas, tanto en el ámbito de la etnomusicología como en
el del análisis musical, que propician la creación de un "mercado" de
teorías que favorece la renovación incesante de los métodos;
la voluntad de hacer
más científicas las "humanidades" utilizando sistemas más explícitos
y formales.
la aspiración de
idear teorías unitarias, capaces de explicar una obra a partir de un principio
de organización única, como es el caso de Schenker -es significativo señalar
que el éxito de Schenker se produjo después de la Segunda Guerra mundial, en la
atmósfera de un estructuralismo generalizado, especialmente en las
elaboraciones neoschenkerianas que se dan en los Estados Unidos. La necesidad
de integrar en la enseñanza y en la investigación las nuevas músicas: atonal,
serial, popular, extraeuropea.
Estas condiciones van
a provocar una cantidad prodigiosa de escritos analíticos y una enorme variedad
de tendencias, la mayoría de ellas caracterizadas por la búsqueda de una
rigurosa formalización, típica de la época estructuralista. El análisis musical
aspira al rango de ciencia.
Sin embargo, a partir
de los años ochenta se produce un rechazo bastante generalizado al
"cientifismo" propio de gran parte de las prácticas analíticas,
consideradas como un producto de un "positivismo" y
"formalismo" trasnochados 10. Para escapar a ese formalismo hay que
abrir la obra musical a elementos externos a la obra misma: el significado, la
expresión, la interpretación, el contexto cultural.
Las nuevas
perspectivas de acercamiento analítico a la obra musical no son
"autosuficientes", tienen múltiples conexiones con otras disciplinas
como la historia, la filosofía, la antropología, la psicología, la neurología,
las ciencias cognitivas. Esta es la razón de que Molino afirmara en 1995 que la
era del análisis musical había terminado: "no puede existir una epistemología
del análisis, porque el análisis no quiere decir nada preciso, ya que por
análisis se entiende cualquier método cuyo objeto de estudio es la música.
Todo es entonces cuestión de vocabulario y de
convención: se puede reservar el término de análisis al estudio de una obra
individual o generalizar su sentido. No existe el análisis musical en sí,
definible de manera sencilla y clara por sus objetivos y métodos, sino una
extraordinaria variedad de prácticas analíticas" (Molino, 1995: 112-118).
La opinión de Molino
es muy reveladora de la situación del análisis musical en la actualidad. La
diversificación del objeto del análisis y la enorme variedad y complejidad de
técnicas analíticas han conducido a relativizar y difuminar su estatus y sus
objetivos, que se confunden con los de la historia, la estética, la psicología
o la sociología. La últimas derivaciones de la semiótica musical van por la vía
de la semántica, la narratología y los estudios cognitivos.
Otra importante
corriente analítica, relacionada igualmente con la lingüística en su origen,
aunque también con la hermenéutica y la fenomenología, es la teoría de la
recepción, que vincula estrechamente el análisis con la historia de la música,
siguiendo una tendencia dominante en los últimos tiempos. Esta teoría surge de
hecho como reacción ante la "pérdida de la historia" provocada por
las tendencias estructuralistas.
Uno de sus máximos
representantes en el ámbito musical ha sido Carl Dahlhaus. La teoría de la
recepción, poniendo en primer plano el acto de la escucha en la constitución
del sentido de la obra de arte, responde a la necesidad de la recuperación de
la dimensión de la experiencia estética (Borio y Garda 1989).
Otras corrientes
analíticas, menos difundidas, se basan más directamente en la fenomenología, o
en la denominada "actitud fenomenológica" -sobre todo en su vertiente
husserliana- como una "ciencia de la experiencia" que se ocupa del
contacto entre objeto y conciencia: estudia así la percepción dirigida hacia
los objetos ("intencionalidad") y se dedica a describir la estructura
de esta percepción.
El objeto de estudio musical, desde esta
perspectiva, no será la partitura, sino la experiencia de la música en la
conciencia del oyente, que se podría traducir en sonido-en-el-tiempo (Ferrara
1991) o en "tiempo, espacio, movimiento y feeling" (Clifton 1983). La
perspectiva fenomenológica abre el análisis a parámetros dejados de lado en los
métodos tradicionales, como el factor temporal o el espacial considerados desde
el punto de vista de la percepción. Sin embargo, frente a la pretensión de
objetividad de los análisis formalizados, la descripción fenomenológica se basa
en la experiencia subjetiva del perceptor, algo que puede plantear problemas de
cara a su solidez como método.
Más conexiones con la
ciencia tiene el análisis perceptivo, un campo muy trabajado en la actualidad
desde la vertiente de la psicología cognitiva 13.
Las propuestas más
extremas han venido de la mano de la denominada New Musicology, si es que
pueden considerarse propuestas a sus postulados. Agawu ha señalado que, siendo
un movimiento anti-formalista, la new musicology es incompatible con una
práctica -el análisis musical- asociada al formalismo y a la teoría (Agawu
1997: 301). Efectivamente, la disolución del estatus del análisis musical es
evidente en los escritos de dicha corriente. Rechazando los conceptos
tradicionales de subjetividad y objetividad y la autonomía de la obra musical,
y defendiendo la relatividad del conocimiento, incluso del propio conocimiento,
la práctica analítica deconstructiva que acompaña profusamente los escritos de
la new musicology o el new criticism (cf. especialmente las obras de Kramer
1990, 1995 y 2001 y McClary 1991) es un pretexto para fundamentar un discurso
hermenéutico que es pura interpretación subjetiva 14.
Ante esta
difuminación, tanto de la historia como del análisis, Leo Treitler ha advertido
con acierto que "si no aceptamos el estatus autónomo provisional de la
obra musical, corremos el riesgo de reducirla a un símbolo y hacerla
transparente para el significado (extramusical) cuya explicación se convertirá
en el último propósito del estudio musical; es decir, corremos el riesgo de que
desaparezca como objeto estético una vez haya cubierto su papel de
significación" (Treitler 1999: 376).
Pluralismo e
interdisciplinariedad: el análisis como herramienta
Vivimos en una época
antidogmática, plural y ecléctica, y éste es el carácter de las prácticas
analíticas actuales vistas en su conjunto. Basta repasar los artículos de las
revistas especializadas, los temas de las ponencias de los congresos dedicados
al análisis en los últimos años, para detectar las orientaciones dominantes: a
pesar de la aparente fuerza -quizá la fuerza de lo novedoso- de algunas
teorías, continuamos encontrando una gran abundancia de acercamientos formales
y estructurales a la música, incluso a las obras y compositores
"canónicos" 15. Se dedica además un amplio espacio al análisis
interpretativo, a los diversos niveles de análisis de la recepción, a los
acercamientos psicológicos y perceptivos.
Pero lo que quizá
destaque más como postura generalizada en el acercamiento a la obra musical es
el carácter integrador de las diversas disciplinas cuyo objeto de estudio es la
música. Hoy en día están superados tanto el análisis musical como la historia
de la música de sesgo positivista. Con la caída del estructuralismo ambas
disciplinas se han acercado progresivamente.
Los historiadores de la música no pueden
prescindir del análisis de la partitura, de los tratados teóricos o del
comentario de textos, así como los teóricos o analistas cada vez abogan más por
la necesidad de no olvidar la historia en su disciplina, en su búsqueda de
claves contextuales y estilísticas.
Palisca, en su
artículo "Theory" del New Grove Dictionary afirmaba que "existe
actualmente la tendencia a reconocer que la teoría musical 16 no puede dar la
espalda a las consideraciones históricas, ya que el análisis de la estructura
divorciado de los contextos estilístico, histórico y sociológico falsifica la
música que intenta describir.
Sólo un ataque
multidimensional y plural del objeto musical puede revelar su verdadera
naturaleza" (Palisca 1980: 760). Bent, por su parte, señala la mutua
dependencia entre la historia y el análisis musical: ambas disciplinas
comparten una total comunidad de objetivos y sus métodos de trabajo son
absolutamente complementarios (Bent 1987).
Más recientemente, en
el XV Congreso de la Sociedad Internacional de Musicología celebrado en 1992,
Kofi Agawu presentaba una ponencia sobre el pluralismo metodológico en el
análisis musical (Agawu 1993), y Laurence Dreyfus mostraba la inevitabilidad de
las consideraciones históricas en cualquier análisis, incluso
"inmanente" (Dreyfus 1993).
Ya en el terreno
práctico, un analista como Leonard B. Meyer, por ejemplo, ha ampliado
recientemente su método de "análisis crítico" -dirigido a descubrir
los principios que rigen los estilos y las estructuras musicales según las
ideas de "expectativa" e "implicación"- elaborando una
interpretación más amplia en la que conjuga historia, teoría y análisis (Meyer
1996).
También Nattiez ha
abogado por una aproximación -necesaria- entre historia y análisis. Según él,
el análisis es una construcción y una representación de los datos musicales
estudiados. Su objetivo es facilitar su comprensión. Esto es válido para
cualquier discurso sobre la música, sea "arqueológico" o no. El
problema es saber si esas representaciones analíticas o discursivas nos dan una
imagen válida o verídica del modo como funcionan las obras musicales (Nattiez
2001).
Quizá algunos de los
mayores avances que se han dado en los últimos años en el ámbito del análisis
musical deriven precisamente de ese carácter interdisciplinar, de no
considerarlo un fin en sí mismo, sino una herramienta de acercamiento a la obra
musical que acompaña a la historia, a la teoría, al acercamiento estético a la
música o al trabajo creativo o interpretativo, aunque pueda configurarse como
disciplina autónoma con sus reglas y métodos propios.
Podemos analizar una
obra aislada con la finalidad de demostrar su coherencia, su genialidad, o
simplemente conocerla, pero siempre hay detrás unos fines que desbordan el
propio análisis: la investigación histórica, la aproximación estética, la necesidad
por parte de un compositor de "explicar" su obra, necesidad que suele
responder a una determinada coyuntura socio-cultural de un momento histórico o
un lugar determinado.
En esta línea, el
auténtico test que se debe plantear al análisis musical, o a un procedimiento
analítico concreto, no es si funciona desde un punto de vista teórico o tiene
carácter o no de ciencia, sino si responde a sus objetivos, si sus resultados
son válidos. Contestar a esta pregunta supone situarse en una perspectiva
práctica: la cuestión básica que cualquier investigador debe plantearse es qué
finalidad tiene su análisis, qué pretende, hacia dónde quiere llegar:
"comprender" la obra, explicar cómo funciona, interpretarla, intentar
dar razón de qué experimenta cuando la escucha, cómo la ha concebido el
compositor, etc.
De estas preguntas
debería deducir el método. Sigue teniendo, en este sentido, plena validez la
afirmación de Cook de que "un análisis musical debe ser leído, informal e
imaginativamente, como sucede con una partitura musical; se determina la
validez de un análisis en tanto que la lectura de la música analizada resulte
satisfactoria. Muy a menudo sucede que interpretaciones analíticas
diametralmente opuestas son igualmente valiosas.
En tales circunstancias, lo que hace bueno o
malo a un análisis no son, obviamente, sus conclusiones como tales, sino el
modo en que los detalles musicales sostienen estas conclusiones, y hasta qué
punto estas conclusiones clarifican o arrojan luz sobre aquéllos" (Cook
1987).
Hacia una
conciliación entre formalismo y hermenéutica
Hoy parece que todo
el mundo está de acuerdo en que no existe un análisis que "agote" el
significado de la obra musical, que sea el único válido. Cada perspectiva analítica
contribuye a enriquecer la comprensión de la música.
Lo que no podemos
admitir es la imposibilidad de acceder a un conocimiento válido de la obra
musical, la negación de un cierto estatus autónomo de la música como objeto, lo
que anularía totalmente cualquier esfuerzo de explicación, análisis e
interpretación, que constituyen la base tanto de la enseñanza como de la
investigación. En este sentido, estamos de acuerdo con la apreciación de
Treitler: debemos aceptar el estatus autónomo provisional de la obra musical.
Si no lo hacemos, nuestro acercamiento a la música nunca podrá ser analítico,
ya que el análisis, según la definición que hemos apuntado más arriba, es el
examen detallado que se hace de una obra, un escrito o cualquier realidad
susceptible de estudio intelectual, así como el resultado de ese examen. Es
decir, se trata de una práctica que presupone una realidad susceptible de ser
examinada y explicada. Esa realidad no es, o no debería serlo, la partitura o
cualquier otra representación gráfica de la música (por ejemplo, un sonograma o
un espectrograma), que no es más que una forma simbólica de representación del
proceso sonoro. El análisis no puede desentenderse de la escucha analítica,
explícita o implícita. Esa escucha puede en algunos casos llevarnos a
comprender y explicar mejor una obra musical que el estudio de la partitura 17.
En este sentido, el acercamiento a algunos procedimientos analíticos de la
etnomusicología por parte de la musicología histórica puede dar muy buenos
resultados 18. Sin embargo, es difícil prescindir de la representación gráfica
en el trabajo analítico. Nuestra capacidad de análisis auditivo es mucho menor
que la de análisis visual, algo que no es probable que cambie, teniendo en
cuenta la cultura de la imagen en la que estamos inmersos. En cualquier caso,
no debemos perder de vista el valor relativo y simbólico de la notación o la
representación gráfica.
Al conllevar el
análisis la "comprensión" y "explicación" de una obra
musical, o de un conjunto de obras, la práctica analítica no puede prescindir
de los aspectos formales y estructurales, que siempre formarán parte del
análisis, siquiera en una fase inicial 19. Sin embargo, no podemos ya
prescindir de la noción de "obra musical" como algo que se desarrolla
en el tiempo, y por tanto cambia, que existe además en cuanto es percibida, ya
que la música es un arte sonoro y temporal. No podemos olvidar, en suma, el
aspecto perceptivo, la dimensión espacio-temporal o las cuestiones
interpretativas. Esta es la razón de que la práctica analítica como tal tienda
cada vez más, si realmente quiere dar cuenta de una obra de la forma más
completa posible, a recurrir a la historia, la teoría musical, la sociología,
la estética..., lo mismo que estas disciplinas deben recurrir al análisis
musical. Bent reconocía, en este sentido, la dificultad de definir los límites
del análisis, debido a sus estrechas relaciones con la percepción musical, la
estética musical, la teoría de la composición, la historia de la música, la
crítica o la interpretación (Bent 1987). Aunque el análisis se aplique a una
obra musical concreta, no puede nunca desvincularse de su carácter temporal o
histórico, por lo tanto, explícita o implícitamente siempre está relacionado
con otras realidades que contribuyen a dar sentido a ese análisis.
Esto no significa,
sin embargo, que la actividad analítica sea una actividad hermenéutica. Tras el
sistema analítico de tipo hermenéutico desarrollado por Kretzschmar 20, muy
criticado por Schenker, y el sistema descriptivo antiformalista de Tovey,
denostado en la época del estructuralismo, las aproximaciones hermenéuticas por
parte del análisis musical han sido escasas hasta época reciente. En los años
setenta la aproximación analítica de Tovey fue revalorizada por algunas figuras
aisladas como Joseph Kerman, que propugnaba una musicología que reuniera la
objetividad del historiador y la experiencia personal del crítico, o Charles
Rosen. También Dahlhaus llevó a cabo una clasificación del análisis musical
propiamente dicho en tres categorías: "análisis formal",
"interpretación energética" y "análisis gestaltista", a las
que añadió una cuarta: la "hermenéutica", como interpretación de la
música en términos de estados emocionales y significaciones externas.
Ciertamente, la
consideración de la obra como "texto" abrió pronto el camino a la
investigación sobre el "significado". Como afirmaba Tarasti en la
exposición de su teoría semiótica basada en la narratología greimasiana, el
problema crucial en toda investigación músico-semiótica es cómo conectar el
nivel del contenido con el nivel de la expresión, cómo relacionar conceptos y
significados musicales con los rasgos sintácticos de la música (Tarasti 1994).
La indagación sobre la semántica del signo musical ha propiciado una gran cantidad
de teorías, muchas de las cuales se mueven en un compromiso entre el formalismo
y la hermenéutica. Ya hemos hecho referencia a este compromiso en los ensayos
de Agawu (1991) o Ferrara (1991). Pero en ambos casos sus autores deben
conciliar los procedimientos formalistas de carácter "sintáctico" con
los métodos de la historia, la teoría o la filosofía fenomenológica, más
ligados a la hermenéutica. Aunque una simple descripción verbal de la
experiencia musical pueda ser un punto de partida práctico para un análisis, si
se pretende que el análisis sea algo más que una "mera descripción"
es necesario recurrir a teorías explicativas e interpretativas.
En una época dominada
por el relativismo y el contexto, el tipo de aproximación hermenéutica de los
estudios de la new musicology y el new criticism puede provocar la disolución
del análisis musical en un ejercicio narrativo o interpretativo, como un nuevo
tipo de performance.
En contrapartida, la
descentralización del conocimiento, la multiplicidad de perspectivas, tiene
aspectos positivos que debemos aprovechar. Entre ellos podríamos destacar el
enriquecimiento mutuo de diversas tendencias (por ejemplo, la etnomusicología y
la musicología histórica), el aumento del interés por las músicas no
canonizadas (una de las consecuencias más positivas del rechazo del concepto
idealista de "obra" y "autor" es el acercamiento a géneros,
tipos de música o contextos musicales considerados tradicionalmente como
menores), una nueva valoración del sonido y el contexto. Estos aspectos pueden
y deben renovar nuestro trabajo musicológico y analítico.
Articulo
Articulo
La hermenéutica musical nos quiere mostrar como la música
que siempre se caracterizado por su gran importancia en la ambientación de cualquier
lugar, el interrogante es de hay quienes
afirman que la música está en crisis, o será más bien que las personas no tiene
buen oído.
De modo que el análisis musical es una de las disciplinas que nos puede
ayudar a desarrollar los interrogantes, pues el este método puede ser llamado
como la resolución de las estructuras musicales, pues son estas obras o
estructuras las que exponen los artistas es ellos quien interviene la hermenéutica
para poder transmitir un mensaje claro y con valores o más bien para incurrir
en el proceso de decaimiento de este aporte social.
La actividad principal
del análisis es la comparación de los elementos estructurales de las música
actual, con la de tiempos atrás, es ver la poca estructura e interpretación que
tiene los artista para dar a conocer su
aporte musical, vemos géneros que en vez de transmitir mensajes con valores, lo
que hacen es degenerar cada vez más el pensamiento del hombre, además el hombre
actual pese a su poco interpretación se deja convencer por lo mejor que suene
sin ver el daño que se hace el mismo y su futura generación.
Por consiguiente la música
no estaría presentando inherente
problema a la naturaleza misma de
su materia, pese a su mala interpretación, a la poca postura de las partituras
o la presentación del que la proyecta, es ver como se ha ido acabando la música
que está bien estructurada, no hay que negar que todavía ay artistas que pones
sus tildes en donde debe ser, pero la preocupación es que los artistas actuales
y los que vendrán deberán poner una estructura musical completa de modo que se
puede transmitir una interpretación completa y un mensaje elocuente con lo que
ellos y la sociedad quiere vivir.
Sabemos que una obra musical debe ser concebida como algo autónomo por el compositor o transcriptor en la caso de
musical oral, pues es este el que quiere exponer su obra a la sociedad, aunque
en el mundo musical no siempre se interpreta asi las personas que recibimos en
el mensaje ponemos mucho más interés en el que la interpreta la cual no debe
ser así debemos poner totalmente interés a la persona que ha interpretado el
entorno o alguna situación y quiere exponerla por muchos motivos, sea para que las personas no se equivoquen, o
miren la vida con ojos diferentes; es este compositor en que interpreta.
Por consiguiente
tampoco se debe denegar el trabajo del que la interpreta oral pues también debe
utilizar la hermenéutica para preguntarse el por quede transmitir este mensaje,
de modo que las música es una estructura que se puede recatar y esta tarea hay
cantes que todavía respetan la estructura musical por que así debe ser por
todas las personas que quieran interpretar de modo claro y como debe ser.
La iglesia siempre ha
visto la música como una alabanza, por consiguiente san Agustín afirma que “quien
canta ora dos veces” pues deber ser una alabanza que de ser muy bien
estructurada además, en estas interpretación los cantautores siempre quieren
transmitir un mensaje que sea bien aceptado por la sociedad y que este lleno de
valores para el crecimiento de la sociedad, por este motivo es tan importante
los coros en nuestras parroquia son estas las que aportan al crecimiento y el
aporte de nuestras comunidades cristianas.
Para finalizar es
importante seguir dando importancia a la
hora de componer e interpretar de modo que en vez de afectar la sociedad, estas
obras hagan crecer una sociedad, y que nosotros los receptores nos esforcemos
por tener un oído mucho mas delicado y asi poder apoyar una obra bien
estructurada.
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